Por último, se ha observado que la inflamación y el estrés oxidativo pueden jugar un papel en la esquizofrenia. Se informó que las infecciones graves y los trastornos inmunitarios durante la vida son un factor de riesgo adicional para el desarrollo de esquizofrenia, al igual que la exposición a infección durante el desarrollo neurológico. Con relación al estrés oxidativo, estudios recientes indican que este afecta preferentemente a las interneuronas y la sustancia blanca rica en lípidos que puede corresponder a deficiencia de la mielina, la cual es un fenotipo asociado a la esquizofrenia.
Con esto en mente, hablemos de tratamientos. El objetivo en el tratamiento de la esquizofrenia incluye el manejo de los síntomas, la prevención de recaídas y el aumento del funcionamiento adaptativo para que el paciente pueda volver a integrarse en la comunidad. Dado que los pacientes rara vez regresan a su nivel inicial de funcionamiento adaptativo, se deben utilizar tratamientos farmacológicos y no farmacológicos para optimizar los resultados a largo plazo. Aunque la farmacoterapia es el pilar del tratamiento de la esquizofrenia, hay síntomas residuales que pueden persistir. Por eso, el uso de psicoterapia, por ejemplo, también es importante. Los enfoques psicoterapéuticos pueden ser individual, grupal o cognitivo-conductual y deben usarse como una adición a los medicamentos, no como un sustituto de ellos.
El tratamiento farmacológico para la esquizofrenia se puede dividir en la primera, segunda, y tercera generación de tratamientos actuales. Los fármacos antipsicóticos de primera generación actúan principalmente bloqueando los receptores de dopamina D2 en el cerebro. No exhiben una selectividad por ninguna de las rutas de la dopamina en el sistema nervioso central así que pueden llevar a una variedad de efectos secundarios significativos. La clorpromazina fue el primer neuroléptico que pertenece a la familia de las fenotiazinas, fue sintetizada en Francia por el químico Paul Charpentier en el 1950 como resultado de una investigación sobre nuevos fármacos antihistamínicos. Experimentos de comportamiento confirmaron las propiedades antipsicóticas de la clorpromazina. Esta salió al mercado en 1953 bajo el nombre Largactil. Además de la clorpromazina, existen 40 otras drogas pertenecientes a la familia de las fenotiazinas, las cuales son divididas en 3 subcategorías dependiendo de la localización de su cadena lateral de nitrógeno, la cual altera la potencialidad de la droga. Otro grupo de fármacos antipsicóticos típicos son las butirofenonas, cuyas propiedades farmacológicas son similares a las de fenotiazinas, pero su efecto antidopaminérgico probablemente sea mayor. Debido a que afectan a una amplia gama de receptores con poca selectividad para los receptores D2 en la vía mesolímbica, los fármacos antipsicóticos producen numerosos efectos secundarios. Los más frecuentes y graves son los efectos extrapiramidales, como discinesia, distonías, acatisia, movimientos no deseados, rotura muscular, temblores y rigidez. Otros efectos secundarios sobre el sistema nervioso central son la sedación, somnolencia, vértigo, trastornos del sueño, agitación, pesadillas, demencia, pérdida de memoria y depresión.
Los tratamientos de segunda generación se comenzaron a desarrollar 40 años después del descubrimiento de clorpromazina. En este grupo se destaca la clozapina, el primer fármaco con una mayor capacidad para reducir los síntomas negativos y que causa menos síntomas extrapiramidales que los antipsicóticos de primera generación. Generalmente, los fármacos de segunda generación exhiben una mayor capacidad para bloquear los receptores de serotonina 5-HT2A que los receptores de dopamina D2, aunque actúan como antagonistas para ambos. Además, como el antagonismo a los receptores D2 es más débil, se manifiesta en una menor incidencia de efectos secundarios extrapiramidales. También existen hipótesis que sugieren que los antipsicóticos atípicos se unen a los receptores de dopamina con altas tasas de disociación o que es más probable que bloqueen selectivamente los receptores de dopamina en las regiones cortical y límbica, lo que también contribuye a un menor riesgo de efectos extrapiramidales. Los antipsicóticos de segunda generación, sin embargo, también tienen efectos adversos metabólicos graves, en particular obesidad y diabetes. Por ende, el aumento de peso y las disfunciones metabólicas son comunes en los pacientes con esquizofrenia bajo este tratamiento.
El grupo más nuevo de fármacos antipsicóticos, los de tercera generación, consiste en aripiprazol, brexpiprazol y cariprazina. Ese grupo se caracteriza por su mecanismo de acción sobre los receptores de dopamina. A diferencia de otros neurolépticos, los fármacos de tercera generación no son antagonistas del receptor D2 de dopamina sino agonistas parciales del receptor D2. Estas propiedades agonistas parciales del receptor D2 de aripiprazol se refieren a la inhibición de la acumulación de AMPc a través del receptor de dopamina D2 y en presencia de altas concentraciones extracelulares de dopamina compiten con la dopamina y dan como resultado en antagonismo parcial que conduce a beneficios clínicos. Por el contrario, cuando la concentración de dopamina extracelular está en un nivel bajo el aripiprazol puede unirse a receptores adicionales y activarlos parcialmente. Por lo tanto, el aripiprazol se denomina “estabilizador de dopamina”. El desarrollo de estos nuevos fármacos contribuyó principalmente a reducir los efectos secundarios extrapiramidales.
Los tratamientos actuales, incluyendo los de tercera generación, de la esquizofrenia tienen limitaciones significativas. En primer lugar, son solo eficaces para aproximadamente la mitad de los pacientes. En segundo lugar, mejoran los síntomas principalmente positivos, pero los síntomas negativos y cognitivos no se tratan. En tercer lugar, implican efectos secundarios neurológicos y metabólicos graves como mencionado, al igual que llevar a disfunción sexual. Aunque se han logrado mejoras graduales con medicamentos nuevos, se requieren enfoques nuevos y radicales para una comprensión más profunda del mecanismo patológico y las causas del trastorno que aún no se comprenden lo suficiente.
La esquizofrenia, con toda su rica variedad de síntomas ya discutidos, contribuye significativamente al deterioro del funcionamiento social de los pacientes afectados por esta enfermedad. Esta disfunción social se puede definir como el deterioro del funcionamiento en una o más esferas básicas, tales como: conexiones interpersonales, trabajo o autocuidado. Según el DSM V es uno de los criterios principal de la condición. La esquizofrenia perturba muchos aspectos de la vida de un paciente y provoca déficits en el funcionamiento cognitivo, perceptual, motor y emocional. Los déficits cognitivos se entienden como dificultades con el pensamiento y con la expresión de ellos. Como consecuencia, capacidad de razonamiento, atención y memoria se ve afectada. Los déficits de percepción están relacionados con la discapacidad en la recepción de estímulos. A su vez, los déficits motores designan posturas antinaturales, posiciones de la cabeza y los hombros, o movimientos involuntarios de la cara y las extremidades. El déficit emocional es una capacidad distorsionada de cognición e identificación de emociones. Todos estos déficits conducen al aislamiento social de los individuos que padecen esquizofrenia. Esto le da cierre al círculo vicioso de estigmatización de los enfermos mentales, por lo que es importante estudiar maneras de tratar estos síntomas.